31.8.11
20.8.11
19.8.11
13.7.11
Reseñas
* (por Gabriel Peralta, de Crítica teatral):
La obra Puerto Sereno, de Ana Izcovich, se detiene a observar meticulosamente ese momento en que una pareja es ganada por la intrascendencia y la languidez, transformando su convivir en largos períodos de tiempos muertos.
* (por Gabriel Peralta, de Crítica teatral):
La obra Puerto Sereno, de Ana Izcovich, se detiene a observar meticulosamente ese momento en que una pareja es ganada por la intrascendencia y la languidez, transformando su convivir en largos períodos de tiempos muertos.
El peligroso desafío de instalar dramáticamente esa instancia es salvado mediante una arriesgada propuesta que hace un constante equilibrio entre las banalidades de lo que se dice y se hace y, lo que hay por debajo de esos dichos y acciones.
El silencio tiene grosor, el devenir lánguido y pausado de los pequeñísimos acontecimientos de la pieza tiene la velocidad apropiada para observar los quiebres, las mínimas esperanzas y la epifanía serena de esa pareja.
El espacio se ira transformado desde un lugar opresivo, en el que se busca fugarse constantemente, hasta convertirse en un apacible refugio, pasando por un cuadrilátero en que se desarrolla una silenciosa pelea, estas transformaciones se logran mediante los trabajos detallistas y delicados del diseño de escenografía (asesoramiento de Cecilia Zuvilade) y de iluminación (Pehuén Stordeur), este último hilando los brillos y opacidades de la relación con el paso del día.
Las actuaciones de Rafael Solano y la propia Izcovich, trabajan con lo subyacente de los personajes, es por eso que cada gesto, palabra o silencio conllevan una contendía intensidad, que es rota cuando esa lava subterránea explota. Tanto Alejandro Hener como Chendo Hortiguera actúan como personajes disparadores de sensaciones, sus intervenciones traen esa afuera emocional a esa pareja encerrada en su micromundo.
Puerto Sereno, que también dirige Ana Izcovich, posa su mirada en el tiempo de hastío de una pareja.
Gabriel Peralta
12.7.11
* (por Natasha Ivannova, de A sala llena)
“Naufragos del amor, entre promesas de niños desgastadas por la vejez.”
Un matrimonio de vacaciones en una playa. Una escena enmarcada en un supuesto momento de descanso. Sin embargo el cansancio de la pareja del otro y de todo, es un barco naufragado que antaño repleto de promesas, no les da descanso. Sus años de convivencia desgastados por el tiempo no podrán siquiera tener un lúdico momento en el hotel con casino en el que se alojan. La excusa de la enfermedad de la adicción al juego de ella, sirve para al menos una promesa: la de dejarlo, arrojando las fichas al mar. El mar como símbolo del amor, que ella desea y necesita pero temiendo a su profundidad.
Comienza la obra con uno a espaldas del otro en dos reposeras, una mesita con dos toallas y dos whiskys. Vemos a un hombre cansado de su mujer, pero también vemos el sutil pero claro sentimiento que trasmite su interior en donde late aún, suave pero firme, el germen del amor que alguna vez sintió. Aunque ya no parezca sentirlo en absoluto. Por supuesto esto lastima a su mujer que solo es una eterna queja, en donde su insatisfecha necesidad de atención y respeto, son justificadas y no justificadas a la vez. El, lleno de torpeza viril y aniñada no la trata bien, pero ella le demanda amor con la misma torpeza. Porque lo que en apariencia es sólo el deber de acompañarla en lo que cree que es una obligación ética, no es blanqueado con la adecuada correspondencia a lo que en realidad parecería ser un profundo amor. Un entrañable amor que aunque desgastado, jamás lo hará irse de su lado. El la conoce y ella a él y eso es a la vez agotador y refugio. Una promesa de un puerto al menos seguro.
Es un matrimonio muy solo, y esta es una de las mayores razones que se traducen en culpar al otro de todo, peleas sin sentido, discusiones estériles, idas y vueltas al mar, búsquedas de respuestas en las nubes, del mozo por la sed… La sed de pasión, de deseo, de motor hacia la vida. Quizá de un hijo que pudiera reírse con esas carcajadas con las que no se puede reír él (así comienza el texto, con ese oscuro dolor de ella porque él “jamás se rió a carcajadas”). Es por eso que aparecen las promesas, como planteando pequeños desafíos que los puedan movilizar. Ellos están solos, naufragados en su propia isla de agobio. Pero siempre les queda un pequeño hilo de esperanzas, que es la promesa de algo mejor (como el hilo de nubes que forma un dibujo en el cielo y ella se promete ver hasta que desaparezca).
Están solos, pero cuando aparece un tercero que creemos será un respiro para la pareja no lo es, y por el contrario acrecienta su violencia. El tercero es testigo y chivo expiatorio de sus agresiones, endilgues y peleas. Sin embargo el matrimonio ve en cada persona que llega a la playa una posible salvación. Una posible amistad como la de Roy, que en los tiempos de antaño estaba con ellos en lo que fueron las buenas épocas de la pareja, y todo era alegría y felicidad. Su nostalgia por el amigo perdido es grande, porque simboliza todo aquello que no los obligaba a mirar indefectiblemente hacia lo único que ahora tienen: el otro.
La escenografía es sencilla pero se destaca la puesta en escena por rotundamente funcional e inteligente. El espacio vacío y cuadrado de la sala y una tela también cuadrada en el centro, más acotada, color arena, a penas arrugada; produce la sensación de escena perfectamente recortada, dentro de la cual acontecerán las situaciones que a nivel simbólico no pueden salir de allí. Que se encuentran estancadas en una especie de limbo fragmentado de los recuerdos de la pareja. Ella dice en un momento que no volverá al hotel, que no saldrá de esa playa, cada vez más desértica cuando el mozo se llevan la mesa y los whiskys. (Sólo angustia por esto al espectador, el que sus límites sean traspasados por los actores al salir de escena frente al público. Ya que la sensación -por convención teatral- es de que van morir como personajes.) Pero la puesta y su sencilla escenografía son funcionales entonces tanto a la descripción de una playa que parece aislada (como ellos del resto de la sociedad) como a la situación y los estados de los personajes. En esto juega también un rol también importante la iluminación, bien lograda en tonos claros anaranjados pero opacos, sin llegar a que se trasmita demasiado brillo del sol supuesto. Mediante una débil luz azul que en este caso no logra proyectar dicho color hacia adelante, el recurso conocido de que el mar se encuentre fuera de escena está bien aplicado, aunque no hubiera otra posibilidad, hacia los espectadores y por el espacio del camino entre las butacas. Cada vez que va al mar la actriz se nos viene encima como hacia cámara, como si fuera cine, tomada desde el agua. Qué la actriz vuelva mojada sin que sea de forma excesiva es un acierto de verosimilitud sin exageraciones innecesarias.
Lo más destacable es sin dudas el texto. Lo que no es poco con la actual gran carencia de textos actuales de calidad que se está viviendo en nuestro país a partir de tanta moda por la improvisación y la llamada dramaturgia del actor. La dramaturga logra a través de la lectura horizontal del dialogo, el relato que describe a este matrimonio derruido por lo que parece el paso del tiempo. Pero así como está planteado el tiempo de ellos mucho mayor y pasado, hay otro tiempo, que es en el que se desarrolla la obra, con un gran manejo de los tempos y lo que se podría llamar quizá, del misterio. Al inicio de la obra no logramos dilucidar porqué los integrantes de esta pareja siguen juntos. Es mediante una muy pensada y meticulosa dramaturgia que casi imperceptiblemente se va descubriendo el velo de lo que esta atrás de ese odio, de ese enojo, de ese aburrimiento del otro y de esas promesas que cada vez son más ridículas. En apenas uno o dos gestos de cada uno de ellos (como el intento de ella de hacerle cosquillas a él y la pregunta de él a ella de si no quería que fueran al mar juntos) se deja unos segundos de lado la agresividad y el rechazo por el otro: lo notamos, pero casi sin darnos cuenta del significado. Mediante el transcurrir -suave pero firme- de las acciones, los gestos, las palabras, los silencios y de nuevo de las acciones, este aparente desamor se descubre desnudo hacia el final, en lo que resulta un gran amor. La historia se cuenta a través de todos estos elementos que debe poseer una buena dramaturgia y con un excelente dominio del ritmo, por momentos decaido y por momentos atolondrado que los muestra torpes, como sus promesas.
(...)
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